16 de octubre de 2010

La red social y Zodiac

La última película de David Fincher, ‘La red social’, y la antepenúltima, ‘Zodiac’, guardan interesantes puntos en común y líneas divergentes que sirven para mostrarnos un gran fresco histórico que el director americano sabe retratar con maestría. Ambos filmes giran en torno a un hecho histórico que se produjo en los años 70, el desarrollo de la informática y la revolución que ello trajo consigo al concepto de información.

Hace 40 años la información, en todos los ámbitos, era escasa. Y eran pocos los que accedían a ella. Había muchas barreras y pocos medios. Ahora, en cambio, la situación es absolutamente contraria. Estamos inundados por una marea de datos fácilmente accesibles por casi cualquiera. Hemos pasado de la infrainformación, servida por dos únicos canales de TV y una triste enciclopedia de diez tomos, a la sobreinformación, representada por Internet y su monstruosa e inabarcable máquina de hacernos llegar todo lo que pasó y pasa en el mundo.

‘Zodiac’ nos mostraba la prehistoria de esa sobreinformación, el momento pivote donde irrumpe la informática, con esa escena donde un derrotado Downey Jr nos muestra en su decrépita estancia el pleistocénico videojuego del ping pong con sus dos barras pixeladas. ‘La red social’, por otra parte, nos muestra las consecuencias, el meollo actual de cómo gestionar esa sobreinformación. Y, aunque los protagonistas de ambas películas tienen puntos en común, Zuckerberg no es precisamente como el personaje de Gyllenhaal en ‘Zodiac’. Interactúan con la realidad de manera muy diferente. Los tiempos han cambiado.

Zuckerberg, y Graysmith en ‘Zodiac’, son obsesivos y tienen enorme capacidad de retener información, pero eso provoca cortocircuitos en sus cerebros y en sus relaciones humanas. Tienen taras emocionales porque el regalo de saber ver más allá les produce un vértigo y un stress que no saben sobrellevar. Quiere esto decir que a un nivel muy evolucionado son los mejores en los suyo, Zuckerberg pionero incluso, pero a otros niveles tienen graves problemas que los lastran: sentimentales, sociales, afectivos. Se especializan en lo que saben hacer bien pero descuidan otras zonas donde no se saben mover (Sherlock Holmes sería la pretérita reencarnación de este avatar en el siglo XIX.)

La diferencia es que Zuckerberg sabe muy bien gestionar esa sobreinformación, está más preparado que su predecesor. Ha nacido sumergido y hace muy buen uso de ella para montar Facebook. La complejidad y el genio del film nos hace ver, por otra parte, la historia de Zuckerberg desde diferentes niveles, y en cada uno de ellos hay conclusiones muy diferentes a la trama. Saverin, por ejemplo, es entronizado o vilipendiado según la perspectiva en la que se enfoque. Afectiva y moralmente es la luz que guía la narrativa, pero a nivel profesional-empresarial queda en bastante mal lugar.

Fincher, por su parte y a diferencia de ‘Zodiac’, no deja la historia abierta. No nos insinúa que la verdad es inaprensible. La deja bien cerrada y bien clara. Otra cosa es que sea compleja por sus diferentes niveles de enfoque. Y en unos el héroe es Zuckerberg y en otros Saverin.

5 de octubre de 2010

Buried Rabia y Resignacion

Se podría calificar a ‘Buried’ como un thriller minimalista sobre un hombre que es enterrado vivo e intenta escapar gracias a un teléfono móvil. Ante una propuesta tan descarnada poco queda por decir sino es profundizando en el asunto.

Rodrigo Cortés, su director, eligió para su segundo largometraje tras ‘Concursante’ un guión centrado en una historia personal, con ligeras pero no subrayadas lecturas metafóricas. Paul Conroy es un conductor de camiones contratado en Irak. Es secuestrado y utilizado por unos terroristas como escaparte para sus reivindicaciones. Solo y enterrado, le acompañamos durante hora y media en una montaña rusa de determinación, rabia y resignación.

Los dos pilares del film, que lo mantienen en todo momento arriba, son su director, que aporta unos extraordinarios valores cinematográficos a la propuesta, y su actor principal, Ryan Reynolds, omnipresente en la pantalla, y que realiza un ‘tour de force’ interpretativo de primer orden. Cabe destacar el portentoso trabajo con el sonido y la imagen. Los efectos sonoros son elementos primordiales y afianzan nuestra sensación física. En cuanto a la imagen, los movimientos y los ángulos de cámara son la herramienta perfecta para contar la historia y ayudan a empatizar con la odisea de su protagonista. La fotografía, siempre en el límite entre el tenue color y la oscuridad, es otro valor reseñable de ‘Buried’: Ese plano espectral de la cara de Reynolds, apenas distinguida en la penumbra que lo engulle todo, el juego de los diferentes colores,  el continuo uso de los ojos para transmitir luz y sensaciones…

La película cabalga entre un tono de thriller hollywoodiense: títulos de crédito, música, determinadas ‘set pieces’ telefónicas’, ese momento ígneo… y tramos mas existenciales, psicológicos y de terror primario. En cuanto a la narración, la continua muestra de las emociones y sentimientos del protagonista ante su situación lo invaden todo. A la rabia y el dolor suelen sucederse ligeros paréntesis de paz, sosiego y acatamiento del destino. En definitiva, todo avanza por continuos picos y valles entre la esperanza y el nihilismo, separados por estratégicos fundidos a negro.

La fisicidad, la extrema cercanía, es otro elemento del que se hace valer Rodrigo Cortés para hacernos partícipes de su propuesta: la barba, la suciedad, el sudor, la sangre. La limitación enclaustrada del movimiento, con dos intensos momentos de cambio de posición en el ataúd, remarcan el desasosiego de esa ínfima prisión. Otro elemento fundamental es el suspense, un suspense enfocado hacia el exterior, sobre un mundo que podría actuar para salvar a Paul Conroy, y que mantiene la incertidumbre hasta el mismísimo final.

 [AVISO DE SPOILERS a partir de aquí]

Personalmente, me gustaron determinadas pistas falsas y expectativas truncadas. Pensé que los números escritos a lápiz caóticamente sobre la madera desembocarían en una escena en el tercio final del film donde el tiempo se acaba por olvidar qué número era el salvador, equivocarse en su marcado o la imposibilidad de llegar a él, al estar Paul Conroy alejado tras un cambio de posición corporal. Y es que cada acción es vital, cada palabra que se dice al teléfono plantea un juicio a vida o muerte, cada respiración es un tic tac de la bomba. Todo ello produce una sensación paranoica que los contactos telefónicos con el mundo exterior no hacen más que acrecentar. Llegamos a empatizar tanto con Conroy que sospechamos de todos los demás: la indiferencia duele, la condescendencia duele, la falsedad duele, la incompetencia duele.

De todos modos hay diferencias visibles entre todas sus comunicaciones con el mundo. Siente culpa ante sus mujeres, por ejemplo. Ante su esposa pide perdón por aceptar ese lejano trabajo, (y parece haberle sido infiel), ante su madre nos muestra el dolor de la enfermedad. El único momento de enfrentamiento lo tiene con la amiga de su mujer. Un inspirado toque de guión que lo enciende todo pero que tiene solución parcial, la vuelve a llamar y ambos se perdonan. 

En cambio, en el kafkiano tema de la soledad frente al sistema, su despersonalización, el desprecio institucional hacia el individuo, la frialdad corporativa; ahí los interlocutores son maquinalmente condescendientes y despiadados. No hay humanidad ni perdón posible ante lo que representan: Monstruosas burocracias, entes desalmados que conspiran para succionar vidas, maquinarias gigantescas sin pizca de compasión.

No creo que a Mark White lo rescataran  en un montaje paralelo en off a lo ‘Silencio de los corderos’, o ni siquiera existiera. Es una simple ilusión, una zanahoria, un macguffin que una vez evidenciado incrementa la sensación de total derrota existencial.

¿Qué es en definitiva ‘Buried? A mi entender, primarias emociones humanas envueltas en un ataúd de ironía y cinismo. Una caja que es desvencijada por los vaivenes de la esperanza y acaba invadida por la arena del nihilismo. Por lo demás, el espíritu de Richard Matheson (y Poe, y Lovecraft), Franz Kafka y Alfred Hitchcock está ahí y aguanta el envite, lo cual no es ninguna nadería. Más bien es un triunfo.