Renacer, repensar, dar una segunda oportunidad. Cambiar de
piel. Reinventarse. Un mantra que ha acompañado a Estados Unidos desde su misma
concepción. La gran ficción americana lo ha tenido como Gran Tema, y el gran
cine también. Buscar y encontrar esa especie de magia alquímica del cambio.
Salir del cine borracho y tambaleante sin haber bebido ni una
sola gota del licor mecánico de Freddie Quell lo consideraría también magia. Y
ese mecanismo obsesivo que te hace darle y darle vueltas y más vueltas a una
película, revisitándola; cinco minutos, veinte, dos días después. Intentando
articular conceptos, sensaciones, imágenes. Desentrañar todos sus niveles y
luego comprobar cómo saltan las chispas entre ellos. Y seguir. Ahí se esconde
un secreto, un tesoro que encontrar. Al rememorar el visionado recuerdo el ritmo pausado del metraje, con aire. Y
el milagro de poder pensar en ella al mismo tiempo que las ves (es un film más
intelectual que emocional), pero no desconectar en ningún momento del sueño de
plata. Bueno, sí, uno solo, justo cuando llegan los cuatro al desierto. Hay dos
segundos de descanso ahí. Ese pequeño vacío es como una premonición de la
huida en moto hacia el horizonte del Salvaje Quell inmediatamente posterior.
Un tema evidente que nos presenta Anderson es el de la
ficción como alimento vital. Ambos protagonistas masculinos escapan al inicio, montados
en ella sobre los dos pisos del barco de Alicia, navegando por debajo del Golden Gate.
Plus Ultra, siempre más allá, hacia el Oeste. Tanto los simbolismos junguianos como los tics sexuales freudianos jalonan todo el
metraje cargando cada escena de significado. Y a menudo chocando en nuestra
psique. Cronenberg intentó explicar esta
dicotomía el año pasado con “Un método peligroso”, pero “The Master” nos ofrece
todo un festín; salsa onírica, fotografía deslumbrante y encuadres excelsos,
no un magro palito de pescado racionalista con rebozado vienés. Otro simbolismo,
el de la moto fue utilizado por David Fincher en una película relacionada con
esta y en escenas que retratan la misma época: “Benjamin Button”. Allí Fincher
intentaba construir un relato simbólico de todo el siglo XX, y estuvo bien,
pero… como con Cronenberg, las
comparaciones son odiosas. En parte, la ventaja de Anderson es que se está
tomando, metódicamente, toda su filmografía en darnos su visión de la centuria:
Años 20-30: “There will be blood”, años 50:”The Master”, los 70-80: “Boogie
Nights”, los 90: “Sydney”, el Fin de siecle:”Magnolia”.
Le queda un hueco que esperemos rellene lo más pronto posible con “Vicio Inherente”.
Luego, ya se verá. Lo mágico de cada una
de ellas es que al mismo tiempo que hablan del Pasado nos dicen algo del
Presente y nos lanzan al futuro. Plus
Ultra.
Bajando de las nubes de la abstracción contemplemos los dos
pilares totémicos del film, ambos (en este sentido “The Master” gana fácilmente
a “There Will be blood”, tanto Joaquin Phoenix como Philip Seymour Hoffman resisten
cualquier embate) son actores de altísimo calado. Cómo interactúan, cómo juegan,
se reconocen en sus impulsos dionisíacos, se compenetran, beben, miran, se raspan.
Poco a poco van entrelazando sus recorridos vitales y los demás personajes se
vuelven colaterales. Hacia el final se hace evidente la eterna dialéctica del Orden
frente al Caos, el control frente a las ansias de libertad. Guerra de opuestos,
parece concluirse sin solución cerrada. Pero creo que todo es más complicado que esa simple dicotomía. Volviendo
al barco Alicia y al rojizo Golden Gate, la historia no siguió más allá, hacia
el Oeste. Era de allí de donde regresaba Freddie tras sufrir el trauma del
horror guerrero. El emblemático puente colgante se encuentra en San Francisco,
ciudad de Las Puertas del Pasado, como bien se hacía referencia en “Vértigo” (otro
referente simbólico directo). La regresión es el tema principal de la trama, volver
atrás para coger fuerzas de nuevo. Al final, de ese encuentro entre dos personas espejo, ambos consiguen algo del otro. Pero
la perspectiva futura se plantea muy diferente para los dos al acabar el film.
Mientras Freddie ha escalado lo suficiente como para creerse un nuevo Maestro,
Lancaster contempla ante él la cuesta abajo, las cada vez más recias cadenas
del compromiso. Ya en la escena de la presentación del Libro 2 en Phoenix, en
la conversación con el personaje de Laura
Dern se aprecia esta carga. El peso de su ficción, y su éxito, será cada vez
más difícil de sobrellevar. Y El Maestro, ya al final, en Londres, le dice al antes
sirviente “Si te vas no vuelvas nunca, y esto te digo, en las próximas
encarnaciones seremos enemigos irreconciliables”. Aquí es donde saltan esas chispas entre
niveles que hacen rica y apasionante la película. El pobre Lancaster ha sido
engullido por su ficción. A mi entender no será él el enemigo de Freddie en posteriores
avatares. Lancaster no representa el Orden y el Control. Es Ella.
Muchos a los que no ha convencido la película le achacan una
carencia de rumbo narrativo, de trama, progresión o finalidad, mi opinión es
que la han visto desde un punto ciego, no han apreciado el enorme peso que
tiene el personaje de Amy Adams en la historia que se cuenta. No se presenta de
forma directa, pero está ahí, no es una interpretación sacada de la manga. Dodd
es un maestro de ceremonias, un mago de Oz, un feriante de barraca, no es el
que tiene el Control. Es ella. Si hay algún duelo a lo largo del metraje es
entre los ojos de Joaquin Phoenix y los de Amy Adams. Desde esta perspectiva se
aprecia mejor la progresión narrativa. No es una partida ente dos hombres que queda
en tablas, es un triángulo, tal como Cronenberg hacia explícito en “Un método
Peligroso”. El eco que este triángulo tenga sobre el curso de la Historia, el
zeitgeist futuro (¿las hermanas controladoras de Adam Sandler en "Punch-Drunk Love" como la futura encarnación de la pelirroja?), sería otro enfoque
apasionante sobre el que seguir desentrañando esta película (otro apunte, el
hijo mayor de Dodd, trajeado y cínico, como arquetipo de la nueva Era). Ante
una obra de arte, las lecturas son interminables, y, la prueba del algodón es
que todas suenan verdaderas. Este texto es solo una pincelada, unos primeros
estratos escarbados a pico y pala. Por empezar otra veta diré que no creo que
haya tensión homosexual entre ellos, pero sí enamoramiento, de ahí el triángulo.
Pasan de lo paternal del inicio (master and servant) a una conclusión más
nivelada entre “iguales”. Hay
progresión. Hay fin. Y se plantea un renacimiento (el hedonismo que acabaría
por explotar en los 60) y una caída (el patriarcado) cuyo eco llega hasta
nuestros días.
Y dos pelirrojas en dos películas casi simultáneas en su
estreno (la otra sale en “Zero Dark Thirty”). Pétreas. Flamígeras. Con dos
grandes y orgullosas alas extendidas. Demasié.