8 de enero de 2013

The Master y el Ave Fénix




   Renacer, repensar, dar una segunda oportunidad. Cambiar de piel. Reinventarse. Un mantra que ha acompañado a Estados Unidos desde su misma concepción. La gran ficción americana lo ha tenido como Gran Tema, y el gran cine también. Buscar y encontrar esa especie de magia alquímica del cambio.

   Salir del cine borracho y tambaleante sin haber bebido ni una sola gota del licor mecánico de Freddie Quell lo consideraría también magia. Y ese mecanismo obsesivo que te hace darle y darle vueltas y más vueltas a una película, revisitándola; cinco minutos, veinte, dos días después. Intentando articular conceptos, sensaciones, imágenes. Desentrañar todos sus niveles y luego comprobar cómo saltan las chispas entre ellos. Y seguir. Ahí se esconde un secreto, un tesoro que encontrar. Al rememorar el visionado recuerdo el ritmo pausado del metraje, con aire.  Y el milagro de poder pensar en ella al mismo tiempo que las ves (es un film más intelectual que emocional), pero no desconectar en ningún momento del sueño de plata. Bueno, sí, uno solo, justo cuando llegan los cuatro al desierto. Hay dos segundos de descanso ahí. Ese pequeño vacío es como una premonición de la huida  en moto hacia el horizonte del  Salvaje Quell inmediatamente posterior.

   Un tema evidente que nos presenta Anderson es el de la ficción como alimento vital. Ambos protagonistas masculinos escapan al inicio, montados en ella sobre los dos pisos del barco de  Alicia, navegando por debajo del Golden Gate. Plus Ultra, siempre más allá, hacia el Oeste. Tanto los simbolismos junguianos como  los tics sexuales freudianos jalonan todo el metraje cargando cada escena de significado. Y a menudo chocando en nuestra psique.  Cronenberg intentó explicar esta dicotomía el año pasado con “Un método peligroso”, pero “The Master” nos ofrece todo un festín; salsa onírica, fotografía deslumbrante y encuadres excelsos, no un magro palito de pescado racionalista con rebozado vienés. Otro simbolismo, el de la moto fue utilizado por David Fincher en una película relacionada con esta y en escenas que retratan la misma época: “Benjamin Button”. Allí Fincher intentaba construir un relato simbólico de todo el siglo XX, y estuvo bien, pero…  como con Cronenberg, las comparaciones son odiosas. En parte, la ventaja de Anderson es que se está tomando, metódicamente, toda su filmografía en darnos su visión de la centuria: Años 20-30: “There will be blood”, años 50:”The Master”, los 70-80: “Boogie Nights”, los 90: “Sydney”, el Fin de siecle:”Magnolia”. Le queda un hueco que esperemos rellene lo más pronto posible con “Vicio Inherente”. Luego, ya se verá.  Lo mágico de cada una de ellas es que al mismo tiempo que hablan del Pasado nos dicen algo del Presente y nos  lanzan al futuro. Plus Ultra.

   Bajando de las nubes de la abstracción contemplemos los dos pilares totémicos del film, ambos (en este sentido “The Master” gana fácilmente a “There Will be blood”, tanto Joaquin Phoenix como Philip Seymour Hoffman resisten cualquier embate) son actores de altísimo calado. Cómo interactúan, cómo juegan, se reconocen en sus impulsos dionisíacos, se compenetran, beben, miran, se raspan. Poco a poco van entrelazando sus recorridos vitales y los demás personajes se vuelven colaterales. Hacia el final se hace evidente la eterna dialéctica del Orden frente al Caos, el control frente a las ansias de libertad. Guerra de opuestos, parece concluirse sin solución cerrada. Pero creo que todo es  más complicado que esa simple dicotomía. Volviendo al barco Alicia y al rojizo Golden Gate, la historia no siguió más allá, hacia el Oeste. Era de allí de donde regresaba Freddie tras sufrir el trauma del horror guerrero. El emblemático puente colgante se encuentra en San Francisco, ciudad de Las Puertas del Pasado, como bien se hacía referencia en “Vértigo” (otro referente simbólico directo). La regresión es el tema principal de la trama, volver atrás para coger fuerzas de nuevo. Al final, de ese encuentro entre dos personas espejo, ambos consiguen algo del otro. Pero la perspectiva futura se plantea muy diferente para los dos al acabar el film. Mientras Freddie ha escalado lo suficiente como para creerse un nuevo Maestro, Lancaster contempla ante él la cuesta abajo, las cada vez más recias cadenas del compromiso. Ya en la escena de la presentación del Libro 2 en Phoenix, en la conversación  con el personaje de Laura Dern se aprecia esta carga. El peso de su ficción, y su éxito, será cada vez más difícil de sobrellevar. Y El Maestro, ya al final, en Londres, le dice al antes sirviente “Si te vas no vuelvas nunca, y esto te digo, en las próximas encarnaciones seremos enemigos irreconciliables”.  Aquí es donde saltan esas chispas entre niveles que hacen rica y apasionante la película. El pobre Lancaster ha sido engullido por su ficción. A mi entender no será él el enemigo de Freddie en posteriores avatares. Lancaster no representa el Orden y el Control. Es Ella.

   Muchos a los que no ha convencido la película le achacan una carencia de rumbo narrativo, de trama, progresión o finalidad, mi opinión es que la han visto desde un punto ciego, no han apreciado el enorme peso que tiene el personaje de Amy Adams en la historia que se cuenta. No se presenta de forma directa, pero está ahí, no es una interpretación sacada de la manga. Dodd es un maestro de ceremonias, un mago de Oz, un feriante de barraca, no es el que tiene el Control. Es ella. Si hay algún duelo a lo largo del metraje es entre los ojos de Joaquin Phoenix y los de Amy Adams. Desde esta perspectiva se aprecia mejor la progresión narrativa. No es una partida ente dos hombres que queda en tablas, es un triángulo, tal como Cronenberg hacia explícito en “Un método Peligroso”. El eco que este triángulo tenga sobre el curso de la Historia, el zeitgeist futuro (¿las hermanas controladoras de Adam Sandler en "Punch-Drunk Love" como la futura encarnación de la pelirroja?), sería otro enfoque apasionante sobre el que seguir desentrañando esta película (otro apunte, el hijo mayor de Dodd, trajeado y cínico, como arquetipo de la nueva Era). Ante una obra de arte, las lecturas son interminables, y, la prueba del algodón es que todas suenan verdaderas. Este texto es solo una pincelada, unos primeros estratos escarbados a pico y pala. Por empezar otra veta diré que no creo que haya tensión homosexual entre ellos, pero sí enamoramiento, de ahí el triángulo. Pasan de lo paternal del inicio (master and servant) a una conclusión más nivelada entre “iguales”.  Hay progresión. Hay fin. Y se plantea un renacimiento (el hedonismo que acabaría por explotar en los 60) y una caída (el patriarcado) cuyo eco llega hasta nuestros días.

   Y dos pelirrojas en dos películas casi simultáneas en su estreno (la otra sale en “Zero Dark Thirty”). Pétreas. Flamígeras. Con dos grandes y orgullosas alas extendidas. Demasié.


5 de octubre de 2011

Twilight Zone





Twilight Zone (‘La Dimensión desconocida’ en España) empezó a emitirse en EEUU en 1959. Su creador, Rod Serling, pretendía con ella hacer Ciencia Ficción de carácter social. Hablar subrepticiamente de diferentes aspectos de la sociedad de su tiempo. La primera temporada tiene capítulos mejores y capítulos peores. Pero antes quisiera destacar algo sobre Rod Serling, sobre sus presentaciones y epílogos en la pantalla. Su expresión, su porte, su gesto, su mandíbula apretada. Hay tensión. Una especie de rabia contenida. El tono, la moral, las metáforas parecen transportar esa falta de comunicación intergeneracional, que flotaba en los 60, a un medio de comunicación, a una serie de televisión.


Los primeros episodios están bien, los hay espléndidos de guión y de conceptos, pero falta algo de fuerza, garra. El último tercio de la temporada, sin embargo, se nota un cambio. Y es que en verdad ha llegado una nueva década. Una Vera Miles esquizofrénica, que duda de su individualidad, despierta a la bestia en Febrero de 1960 [‘Mirror image’ Episodio 21].


 Hay cosas que hacen de verdad daño. Y ante eso Rod Serling se revolvió, poniendo todas las cartas sobre la mesa en el capítulo de la semana siguiente [‘Monsters are due in Maple Street’ Episodio 22]. Sin titubeos, soltando toda su rabia contra el mundo. Apuntando con el dedo la miseria de la paranoia.


Seguidamente en ‘Un mundo de diferencia’ [‘A world of difference’ Episodio 23] empatizamos con ese ejecutivo de 36 años, exitoso y felizmente casado, que de improviso se da cuenta de que su vida no es más que una serie de televisión. Todo es mentira.

Estos tres capítulos consecutivos son solo una muestra de las fuerzas que se estaban activando en aquella época en Estados Unidos. Y es que siempre hay pioneros que abren camino. Y Rod Serling lo fue. Apretando la mandíbula y tirando para adelante produjo “la serie”. El germen de la moderna televisión.


*** 



  “-He estado pensando en algo. Es muy extraño. He estado recordando...
-¿Recordando el qué?
-Algo que leí o de lo que oí hablar hace mucho tiempo. Sobre diferentes planos de existencia. Dos mundos paralelos que existen uno al lado del otro y cada uno de nosotros tenemos un doble en ese otro mundo. Y a veces, por algún motivo inexplicable, nuestro doble, cuando los dos mundos convergen, viene a nuestro mundo y para sobrevivir tiene que sustituirnos.
-¿Sustituirnos?
-Reemplazarnos, echarnos, para que él pueda vivir.
-Es un poco metafísico para mí...
-Recuerdo haberlo leído en algún sitio... Cada uno de nosotros tiene un gemelo en el otro mundo... Un gemelo idéntico. Quizás esa mujer que vi...”


Más de cincuenta años antes de Fringe.

16 de octubre de 2010

La red social y Zodiac

La última película de David Fincher, ‘La red social’, y la antepenúltima, ‘Zodiac’, guardan interesantes puntos en común y líneas divergentes que sirven para mostrarnos un gran fresco histórico que el director americano sabe retratar con maestría. Ambos filmes giran en torno a un hecho histórico que se produjo en los años 70, el desarrollo de la informática y la revolución que ello trajo consigo al concepto de información.

Hace 40 años la información, en todos los ámbitos, era escasa. Y eran pocos los que accedían a ella. Había muchas barreras y pocos medios. Ahora, en cambio, la situación es absolutamente contraria. Estamos inundados por una marea de datos fácilmente accesibles por casi cualquiera. Hemos pasado de la infrainformación, servida por dos únicos canales de TV y una triste enciclopedia de diez tomos, a la sobreinformación, representada por Internet y su monstruosa e inabarcable máquina de hacernos llegar todo lo que pasó y pasa en el mundo.

‘Zodiac’ nos mostraba la prehistoria de esa sobreinformación, el momento pivote donde irrumpe la informática, con esa escena donde un derrotado Downey Jr nos muestra en su decrépita estancia el pleistocénico videojuego del ping pong con sus dos barras pixeladas. ‘La red social’, por otra parte, nos muestra las consecuencias, el meollo actual de cómo gestionar esa sobreinformación. Y, aunque los protagonistas de ambas películas tienen puntos en común, Zuckerberg no es precisamente como el personaje de Gyllenhaal en ‘Zodiac’. Interactúan con la realidad de manera muy diferente. Los tiempos han cambiado.

Zuckerberg, y Graysmith en ‘Zodiac’, son obsesivos y tienen enorme capacidad de retener información, pero eso provoca cortocircuitos en sus cerebros y en sus relaciones humanas. Tienen taras emocionales porque el regalo de saber ver más allá les produce un vértigo y un stress que no saben sobrellevar. Quiere esto decir que a un nivel muy evolucionado son los mejores en los suyo, Zuckerberg pionero incluso, pero a otros niveles tienen graves problemas que los lastran: sentimentales, sociales, afectivos. Se especializan en lo que saben hacer bien pero descuidan otras zonas donde no se saben mover (Sherlock Holmes sería la pretérita reencarnación de este avatar en el siglo XIX.)

La diferencia es que Zuckerberg sabe muy bien gestionar esa sobreinformación, está más preparado que su predecesor. Ha nacido sumergido y hace muy buen uso de ella para montar Facebook. La complejidad y el genio del film nos hace ver, por otra parte, la historia de Zuckerberg desde diferentes niveles, y en cada uno de ellos hay conclusiones muy diferentes a la trama. Saverin, por ejemplo, es entronizado o vilipendiado según la perspectiva en la que se enfoque. Afectiva y moralmente es la luz que guía la narrativa, pero a nivel profesional-empresarial queda en bastante mal lugar.

Fincher, por su parte y a diferencia de ‘Zodiac’, no deja la historia abierta. No nos insinúa que la verdad es inaprensible. La deja bien cerrada y bien clara. Otra cosa es que sea compleja por sus diferentes niveles de enfoque. Y en unos el héroe es Zuckerberg y en otros Saverin.

5 de octubre de 2010

Buried Rabia y Resignacion

Se podría calificar a ‘Buried’ como un thriller minimalista sobre un hombre que es enterrado vivo e intenta escapar gracias a un teléfono móvil. Ante una propuesta tan descarnada poco queda por decir sino es profundizando en el asunto.

Rodrigo Cortés, su director, eligió para su segundo largometraje tras ‘Concursante’ un guión centrado en una historia personal, con ligeras pero no subrayadas lecturas metafóricas. Paul Conroy es un conductor de camiones contratado en Irak. Es secuestrado y utilizado por unos terroristas como escaparte para sus reivindicaciones. Solo y enterrado, le acompañamos durante hora y media en una montaña rusa de determinación, rabia y resignación.

Los dos pilares del film, que lo mantienen en todo momento arriba, son su director, que aporta unos extraordinarios valores cinematográficos a la propuesta, y su actor principal, Ryan Reynolds, omnipresente en la pantalla, y que realiza un ‘tour de force’ interpretativo de primer orden. Cabe destacar el portentoso trabajo con el sonido y la imagen. Los efectos sonoros son elementos primordiales y afianzan nuestra sensación física. En cuanto a la imagen, los movimientos y los ángulos de cámara son la herramienta perfecta para contar la historia y ayudan a empatizar con la odisea de su protagonista. La fotografía, siempre en el límite entre el tenue color y la oscuridad, es otro valor reseñable de ‘Buried’: Ese plano espectral de la cara de Reynolds, apenas distinguida en la penumbra que lo engulle todo, el juego de los diferentes colores,  el continuo uso de los ojos para transmitir luz y sensaciones…

La película cabalga entre un tono de thriller hollywoodiense: títulos de crédito, música, determinadas ‘set pieces’ telefónicas’, ese momento ígneo… y tramos mas existenciales, psicológicos y de terror primario. En cuanto a la narración, la continua muestra de las emociones y sentimientos del protagonista ante su situación lo invaden todo. A la rabia y el dolor suelen sucederse ligeros paréntesis de paz, sosiego y acatamiento del destino. En definitiva, todo avanza por continuos picos y valles entre la esperanza y el nihilismo, separados por estratégicos fundidos a negro.

La fisicidad, la extrema cercanía, es otro elemento del que se hace valer Rodrigo Cortés para hacernos partícipes de su propuesta: la barba, la suciedad, el sudor, la sangre. La limitación enclaustrada del movimiento, con dos intensos momentos de cambio de posición en el ataúd, remarcan el desasosiego de esa ínfima prisión. Otro elemento fundamental es el suspense, un suspense enfocado hacia el exterior, sobre un mundo que podría actuar para salvar a Paul Conroy, y que mantiene la incertidumbre hasta el mismísimo final.

 [AVISO DE SPOILERS a partir de aquí]

Personalmente, me gustaron determinadas pistas falsas y expectativas truncadas. Pensé que los números escritos a lápiz caóticamente sobre la madera desembocarían en una escena en el tercio final del film donde el tiempo se acaba por olvidar qué número era el salvador, equivocarse en su marcado o la imposibilidad de llegar a él, al estar Paul Conroy alejado tras un cambio de posición corporal. Y es que cada acción es vital, cada palabra que se dice al teléfono plantea un juicio a vida o muerte, cada respiración es un tic tac de la bomba. Todo ello produce una sensación paranoica que los contactos telefónicos con el mundo exterior no hacen más que acrecentar. Llegamos a empatizar tanto con Conroy que sospechamos de todos los demás: la indiferencia duele, la condescendencia duele, la falsedad duele, la incompetencia duele.

De todos modos hay diferencias visibles entre todas sus comunicaciones con el mundo. Siente culpa ante sus mujeres, por ejemplo. Ante su esposa pide perdón por aceptar ese lejano trabajo, (y parece haberle sido infiel), ante su madre nos muestra el dolor de la enfermedad. El único momento de enfrentamiento lo tiene con la amiga de su mujer. Un inspirado toque de guión que lo enciende todo pero que tiene solución parcial, la vuelve a llamar y ambos se perdonan. 

En cambio, en el kafkiano tema de la soledad frente al sistema, su despersonalización, el desprecio institucional hacia el individuo, la frialdad corporativa; ahí los interlocutores son maquinalmente condescendientes y despiadados. No hay humanidad ni perdón posible ante lo que representan: Monstruosas burocracias, entes desalmados que conspiran para succionar vidas, maquinarias gigantescas sin pizca de compasión.

No creo que a Mark White lo rescataran  en un montaje paralelo en off a lo ‘Silencio de los corderos’, o ni siquiera existiera. Es una simple ilusión, una zanahoria, un macguffin que una vez evidenciado incrementa la sensación de total derrota existencial.

¿Qué es en definitiva ‘Buried? A mi entender, primarias emociones humanas envueltas en un ataúd de ironía y cinismo. Una caja que es desvencijada por los vaivenes de la esperanza y acaba invadida por la arena del nihilismo. Por lo demás, el espíritu de Richard Matheson (y Poe, y Lovecraft), Franz Kafka y Alfred Hitchcock está ahí y aguanta el envite, lo cual no es ninguna nadería. Más bien es un triunfo.

23 de septiembre de 2010

Carry On My Wayward Son

Todo aquel que le guste el rock de los 70 (o la serie Supernatural) no debería perderse este video.



No es Kansas pero la chiquilla lo toca divinamente. Y la fría acogida del público japonés aporta todavía más épica al asunto. Bravo.

22 de septiembre de 2010

Fringe Tercer acto


La segunda temporada (spoilers si no la has visto) se inició con Olivia sufriendo los efectos de la inercia, atravesando con violencia la luna de su parado coche. ¿Una metáfora de que los creadores habían decidido echar el freno de mano a la serie? Parece que sí. Tras un estupendo cliffhanger, con un zoom de salida sobre las Torres Gemelas, muchos espectadores se desanimaron un tanto al ver el esperado regreso. No se avanzaba apenas en la trama principal, y una estratagema de guión, la amnesia de Olivia, solo sirvió para introducir a un nuevo personaje, el psicólogo de bolera Sam Weiss.

Y es que Fringe es una serie algo esquizofrénica. Con un ‘lado CSI’ de policiaco clásico ‘procedural’, y otra parte ‘Weird Science’, con un científico loco, ciencia ficción pulp y delirantes ‘monsters of the week’. Aunar al sector mainstream, que da la masa crítica de audiencia, y al sector friki, que corona las obras ‘de culto’ que merecen resaltarse, no es tarea fácil. La primera mitad de la temporada los creadores descuidaron el lado friki, se perdió garra y locura  y sonaron algunas alarmas.

4 de septiembre de 2010

Refundación

Nuevos horizontes, nuevas etiquetas, nuevos bríos. A la tercera va a la vencida. Y para celebrar este regreso nada mejor que una buena dosis de música de cine. Ante ustedes Hans Zimmer con el tema más potente de la banda sonora de Inception (Origen). Disfruten.



XHQ7D48UVSFY